La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha lanzado una alerta por la pobre calidad del aire en las zonas urbanas de todo el planeta que "está matando a millones y colapsando los sistemas sanitarios".
La "emergencia de salud pública", adelantada por The Guardian, se produce a la luz de los datos analizados en 2 mil ciudades y que corroboran el grave deterioro de la calidad del aire en la mayoría de las zonas urbanas del mundo desde el 2014, principalmente como resultado de las emisiones del tráfico y de las centrales térmicas de combustibles fósiles (con el polvo de las construcciones y la madera quemada en las casas como factores también decisivos en los países emergentes).
Según datos de la ONU, la contaminación en las ciudades contribuye a casi 3,4 millones de muertes prematuras en todo el mundo y es un factor decisivo en las enfermedades respiratorias y cardiovasculares, así como en los ictus cerebrales. La mayoría de las muertes se producen en núcleos urbanos de China (1,4 millones), seguidos de India (645.000) y Pakistán (100.000).
En Pekín, la doble alerta roja obligó a tomar drásticas medidas a finales del 2015, como el cierre de los colegios y guarderías. En Delhi, con nueve millones de coches en circulación, se ha impuesto este año la restricción alternativa de matrículas pares e impares para combatir unos niveles contaminación hasta el 50% superiores a los de la capital china.
El problema afecta también gravemente a las ciudades europeas, donde se estima que se producen 432 mil muertes prematuras al año por la contaminación (más un coste calculado en 1,4 miles de millones de euros para los sistemas sanitarios). En España, las estimaciones rondan las 27 mil muertes anuales, mientras que el Reino Unido superan las 29 mil.
La contaminación causa al año más muertes que el sida y la malaria, según un reciente estudio de la Universidad de California. El número de víctimas directas o indirectas del aire contaminado puede duplicarse de aquí al 2050, conforme aumenta la población urbana y seguimos quemando carbón y madera para producir calor y energía, y petróleo para seguir moviéndonos.
Unas 9 mil muertes atribuibles a la mala calidad del aire se registraron el último año en Londres, que ha superado en una sola semana los límites aconsejables de contaminación recomendados por la Unión Europea (UE) en todo un año. La estación de medición de Putney Street, al sur del Támesis, rebasó 19 veces el máximo de emisiones por hora. En Oxford Street, el límite se superó más de mil veces a lo largo del año 2015, convirtiéndola posiblemente en la calle más contaminada de Europa (gracias al desfile incesantes de los anticuados black cabs que siguen funcionando con diesel).
La situación es también crítica en ciudades como Glasgow, Manchester o Birmingham, hasta el punto que la organización ClientEarth, que el año pasado llevó hasta el Tribunal Supremo al Departamento de Medio Ambiente para reclamar planes que combatan las emisiones de dióxido de nitrógeno (NO2) en las ciudades, ha amenazado con una nueva demanda contra el Gobierno en marzo para reclamar "la reducción de la peligrosa contaminación urbana".
En Madrid, el nitrogenazo (causado sobre todo por las altas concentraciones de NO2 de los tubos de escape de los vehículos diésel) se convirtió en el pan de cada día en 2015, como ha vuelto a denunciar estos días Ecologistas en Acción, que en 2014 denunciaron a la entonces alcaldesa, Ana Botella, por falta de acción ante los altos niveles de contaminación en la capital.
"Tenemos una situación de emergencia de salud pública en muchos países por la contaminación", declaró a The Guardian la española María Neira, al frente del Departamento de Salud Pública y Medio Ambiente de la OMS, a la luz de los nuevos datos que serán hechos públicos el mes próximo. "La mala calidad del aire es uno de los grandes problemas que afrontamos globalmente, con unos terribles costes en el futuro para la sociedad".
Los organizaciones ecologistas, centradas en los últimos meses en la acción ante el cambio climático, han decidido el otro coste oculto de los combustibles fósiles. El CO2, al fin y al cabo es un gas incoloro, inodoro e inocuo (salvo cuando se acumula en exceso en la atmósfera y causa un "efecto invernadero"). Las altas concentraciones de óxidos de nitrógeno, óxidos de azufre y partículas en suspensión convierten, sin embargo, el aire de las ciudades en un cóctel tóxico al que no escapan ni los propios conductores dentro de sus coches.
Tomado de El Mundo, España