Noticia tomada de El Espectador
Escrito por: María Paulina Baena Jaramillo
Fotografía de Óscar Pérez - El Espectador
Mucho se ha hablado sobre los efectos del cambio climático: que los niveles del mar van a aumentar, que las islas desaparecerán, que algunas especies se verán obligadas a migrar, que los glaciares harán historia en los libros de geografía y que los impactos sobre la agricultura serán alarmantes. Todo, producto de un aumento en la temperatura del planeta que, de acuerdo con los “Nuevos Escenarios de Cambio Climático”, presentados por el Ideam la semana pasada, será de casi dos grados a finales de siglo.
Lo cierto es que para las más de 500 mil familias cafeteras del país y las 85 mil del Cauca, ese dato es un contenido vacío. Su tarea ha consistido en entenderlo desde quienes son, a partir de las señales de su entorno, como si la naturaleza les hablara con episodios y no con cifras en bruto.
Entonces, cuando aparecen las golondrinas, los cucarrones se alimentan de la parte baja de la planta o las pavas cantan más prolongado hacia el final de la tarde, se anuncian los veranos; pero una vez se asoman las hormigas, el cerro está nublado y los cucarrones se trepan a los cogollos de los cafetales, allí se acerca el invierno.
“Encontramos grandes coincidencias entre los pronósticos científicos y los indicadores de la naturaleza”, comentó Luis Ortega, de la Fundación Ecohábitats y líder de Tesac (Territorios Sostenibles Adaptados al Clima) en el municipio de Los Cerrillos, en Cauca.
Las mujeres del café
Allí, el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT) se puso a la tarea de proponer medidas de adaptación para enfrentar los problemas que ha traído el clima cambiante en la vida de los caficultores. “El enfoque fue formar a los campesinos para que se generen capacidades instaladas, se haga un inventario de cultivos, se especifiquen las vulnerabilidades y se haga un análisis de comunidad y enfoque diferencial de género”, sostuvo Ortega.
Porque, en efecto, el proyecto con las mujeres es pionero en el país. Pero, ¿qué tiene que ver el género ante los eventos climáticos? La lógica que está detrás es reconocer a las mujeres como jugadoras de un rol clave dentro de su comunidad. En la situación rural la mujer garantiza la soberanía alimentaria y cuida a los niños y mayores. El hombre, en cambio, busca el recurso diario. Como explicó Ortega, había que proponer medidas que no sobrecargaran el trabajo de las mujeres para que “siguieran desarrollando sus actividades y se tuvieran en cuenta sus tiempos, que no se ven ni se miden”.
De acuerdo con Fabiola Tombé, líder de la Asociación de Mujeres Caficultoras del Cauca (Amucc), fundada hace 12 años y apoyada por la Cooperativa Caficauca, “nosotras somos mujeres solteras, viudas, desplazadas o con esposo. Aunque sabemos que los hombres son indispensables, queríamos ayudar en la economía del hogar”, dijo. “Tenemos doble trabajo: atendemos la casa y a nuestra parcela”, remató.
Así fue como desde este año arrancaron los planes de adaptación llamados Escuelas de Campo, cuyo objetivo es sencillo: practicar, aprender y replicar. “La única manera de hacer adaptación en un territorio es cuando existe un ejercicio en espiral”, aseguró Luis Ortega, de Ecohábitats. Sumadas a esta, las demás estrategias constan de calendarios productivos, parcelas escalonadas que determinen las épocas de cultivo y medidas naturales como sembrar en el sentido de la pendiente para evitar que se acumule el agua y se pudran las plantas.
Otras visiones
Pero ahí no se detiene el trabajo en el Cauca. Por ejemplo, el pueblo indígena de Puracé inició el proyecto Custodios de Semillas con conocimientos ancestrales mediante la diversificación de variedades propias. En Popayán, el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT), de la mano con la Fundación Río Piedras, logró establecer sistemas de alertas hidroclimáticas tempranas. Y en los municipios de Timbío y San Joaquín, cerca de la zona del Tambo, el análisis con la comunidad gravitó en las percepciones sobre cambio climático que tienen los pequeños productores.
Este último estudio fue elaborado en tres países, Guatemala, Perú y Colombia, por seis estudiantes de la maestría de gerencia ambiental de la Universidad de Duke, en Estados Unidos. “Mucha gente ve el punto de vista técnico. Nosotros queremos ver los cambios desde el cafetero y desde la industria”, aseguró Martín Ramírez, biólogo que hizo parte de la investigación. “Sólo vemos las percepciones del cambio climático sobre las comunidades porque si no hay percepción, no se hace nada para mitigarlo”, dijo.
Según Ramírez, ahora los caficultores no saben cuándo empieza el verano y cuándo el invierno; hay un cambio en los patrones de lluvia y de temperatura, y las enfermedades como la roya y la broca son cada vez más difíciles de controlar.
Sobre todo la roya, que a su paso va dejando ronchas coloradas en las hojas, impide que los cultivos sean prósperos y disminuye la productividad. “La roya está siendo más severa. Es lógico que llegue este hongo, porque le atraen la temperatura y la humedad”, comentó Ramírez.
Y eso es justamente lo que provoca la variabilidad del clima: calor y humedad. Para Nelson Melo, productor de café orgánico desde hace más de 15 años, las cosas empezaron a ponerse graves en 2009. “La roya fue devastadora. Después de ser tan exitosos en el café, amanecimos con los cafetales llenos de roya. No fue un tema que se hubiera advertido. De la noche a la mañana estábamos inundados”.
Pese al pánico que se apoderó de los caficultores en algún momento, el gremio se ha sabido reponer. Aunque no puedan predecir los eventos extremos, cada vez más extremos, ahora se programan mejor. Al fin y al cabo, la adaptación no es otra cosa que hacerle frente al clima y reducir sus impactos mediante actividades cotidianas. Y así el discurso científico y el campesino sobre el cambio climático, que parece que hablaran en lenguajes diferentes, podrá alinearse para dejar el escepticismo y comenzar a actuar.