Ya no se puede pasar. Las olas volvieron a socavar el camino de tierra paralelo a la playa caribeña de Puerto Vargas, dentro del Parque Nacional de Cahuita, que tira de la economía de este poblado de estilo afro y natural, donde es común ver un oso perezoso cruzando por el cableado eléctrico en la calle principal. El camino está cortado, pero lo grave es que ya tampoco hay un espacio que merezca llamarse playa. El agua llega ahora donde nunca antes y la línea de costa se ha movido hasta 50 metros tierra adentro, según los guardaparques. Los científicos lo llaman cambio climático.
“Y si usted viene dentro de un mes, lo verá peor”, advierte Marco Sánchez, mientras cumple su jornada de vigilante en el extremo sur del parque nacional, donde se ven escombros inundados de la antigua casa de los funcionarios y los pilotes de un muelle obsoleto. Las gaviotas los aprovechan para reposar sobre ellos frente a una de las playas más golpeadas por el cambio climático en Costa Rica.
El de Puerto Vargas no es el único caso en un país con 1.290 kilómetros de línea de costa. Una isla llamada Damas, en el Pacífico, se dividió a finales de los años noventa. Más del 40% de las playas costarricenses presentan erosión, un proceso que se ha acelerado en los últimos 10 años, según informes del Centro de Investigación en Ciencias del Mar y Limnología de la Universidad de Costa Rica (Cimar-UCR).
Entre las causas que han provocado la paulatina destrucción de este paraíso está el incremento de la temperatura en el planeta, que derrite los bloques de hielo en zonas polares y eleva el nivel del mar a un promedio de tres milímetros por año, según el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de Naciones Unidas. Se incrementó 20 centímetros en el último siglo, lo cual provoca que llegue a puntos terrestres donde antes no llegaba, como el sendero de Cahuita, por donde caminaron muchos de los 74.700 visitantes del parque en 2013. Las cifras disponibles de 2014 indican que llegó menos turismo.
“Esta playa presenta procesos erosivos terriblemente severos y eso no lo vamos a parar. El mar seguirá metiéndose de manera irremediable hasta que alcance quizás la nueva casa de los guardaparques”, comenta Omar Lizano, doctor en Oceanografía Física e investigador de Cimar-UCR.
Ahora, ya no se puede tomar el sol y no hay ninguna posibilidad de acampar en este paraje natural. Resulta más difícil ver tortugas anidando en la playa porque apenas queda espacio en las playas tibias del Caribe, donde hay cientos de troncos derribados y palmeras volcadas sobre la arena.
El entorno también es otro. “El agua salada toca con la vegetación nueva y eso cambia el hábitat. Los animales buscan entonces alimentación en otros puntos”, explica la guardaparques Mirna Cortés, en referencia a especies como los osos perezosos, iguanas o serpientes.
Al otro extremo del parque, a siete kilómetros, la caseta de los guardaparques permanece firme, pero protegida por sacos con arena que tardarían poco en sucumbir ante una de las mareas extraordinarias y repentinas. Al lado, fuera del parque, las casas están a cinco metros del tajamar, que por ahora resiste. Una lancha pesquera está atada vertical junto a un almendro. Aquí no hay playa para las lanchas tampoco. “Todos saben que llegará más pronto que tarde la hora de desalojar este sector”, dice un joven que prefiere mantenerse en el anonimato. Da la impresión que hay una cábala tácita de no mencionar la amenaza.
Sí lo menciona el viceministro de Aguas y Mares, Fernando Mora. “El impacto ha sido muy serio y esta franja es muy sensible. Lo que estaba proyectado para 2040 ocurrió ya en 2014 y no se puede detener”, lamenta. El Gobierno tiene previsto realizar una serie de talleres con expertos y lugareños para definir respuestas con el manejo del parque y con los caseríos frente al oleaje.
Ahora que, tras años de peticiones a la administración, los habitantes de la región han conseguido que se avance en la titularización de las tierras en las que viven, el esfuerzo podría quedar en vano: el mar crecerá sí o sí sobre zonas públicas o privadas. No importa si hay un camino, un sendero para turistas, un caserío, los postes del alumbrado público o una casa de guardacostas.
Noticia y fotografía tomada de El País